La aldea de Maso y el pequeño caserío del Miradero quedaron sepultadas por una enorme cascada de lavas vomitada por El Cuervo en septiembre de 1730. Las cenizas que cubren todo este valle desolado proceden de la Caldera de la Rilla cuya erupción tuvo lugar un mes después, 10 de octubre de 1730.

La montaña Los Miraderos que daba sombra a estos pueblitos limita con el actual Parque Nacional de Timanfaya, al sur, y la cadena de volcanes primerizos (El Cuervo, La Rilla, El Rodeo, Las Nueces, Pico Partido y Señalo), al norte. Su cúspide, pues, resulta un balcón excelente para presenciar el fenómeno geológico que transformó Lanzarote.
Se mira, pero no se pasa
En la base de la montaña hay una algarabía de coladas, cenizas, cuartos de luna de piedra volcánica que protegen a las higueras que brotan como si no hubiera un mañana, aulagas y una palmera solitaria que parece querer huir del escenario quebrado.
Por su costado sur apreciará una pequeña vereda que rodeará la montaña hasta alcanzar su cima caminando en dirección sureste. A poco que coja altitud, el escenario va acrecentándose exponencialmente. He aquí la Caldera de la Boca del Infierno en cuya espalda se encuentra el Islote del Hilario de las Montañas del Fuego, al que se dirige una legión de coches que parece no tener fin (a los dos días de hacer esta ruta, good news: el Cabildo anuncia un servicio de guaguas lanzaderas que llevará a los turistas a Marte (perdón, quisimos decir Timanfaya), y acabar así con la imagen dantesca de tanto vehículo a motor rodando por estos lares).

Aunque la hilera de coches pudiera hacerle pensar lo contrario, lo cierto es que está a unos pasos de los dominios del Parque Nacional de Timanfaya. Un trozo considerable de Lanzarote que recuerda a Marte, un espacio frágil, que debe ser cuidado y mimado. La señal resulta inequívoca: No pasar.
Así que, hagan el favor, no pasen. No hay ninguna necesidad de hacer el cafre. Continúe la veredita en busca de la cima de Los Miraderos, que las vistas son igual de fantásticas.
Siempre con las cenizas que le llovieron a la Montaña Los Miraderos como referencia infranqueable, el balcón es suyo por completo: esta panorámica bestial hacia el sureste de Lanzarote, La Geria, la Caldera del Corazoncillo, y el conjunto ocreo-rosáceo del Monumento Natural de Los Ajaches.

Nos tomamos un tiempo acurrucados en este punto, desde el que también podrá capturar la cadena de volcanes de Timanfaya (suroeste) y una sinfonía bien afinada de paisajes entrecruzados, diferentes, distantes, pero abrazados como un tetris perfecto: el río inabarcable de lavas en dirección a Mancha Blanca cuya Virgen (cuenta la leyenda) logró frenar su avance, el Risco de Famara, y las islas del Archipiélago Chinijo, Alegranza, Montaña Clara y La Graciosa.
Un pueblo sepultado bajo lavas, aulagas e higueras
El Miradero era un pequeño núcleo de población cuando se vio absorbido por el fuego. El mismo destino corrió la aldea vecina del Maso. Este es el escenario actual de aquellos lugares.

Bordeamos la montaña Los Miraderos en dirección norte y la descendemos por este costado, prácticamente limítrofe con Pico Partido y Montaña del Señalo.

De vuelta al punto de inicio de este sencillo paseo circular tropezamos con el cuarto de aperos más rockero de Lanzarote. En medio de este festín de lavas, mejor cobijado del viento norteño imposible, con canchita de bola canaria incluida…

Para hacer la ruta de Los Miraderos (mapa) debemos dejar nuestro coche al inicio del Camino de Maso (mapa), una estrechísima vereda que te lleva a la costa oeste de Lanzarote, hacia donde se dirigieron con paciencia, sin prisa pero con pausa, las coladas que acabaron en el Atlántico, ampliándose los límites geográficos de la isla.

Al contrario que aquella entrañable serie de los 80, con Michael Landon de Angelito, “Autopista hacia el Cielo”, esta que ven es la “autopista” hacia el infierno. Cuesta abajo, sendero Los Miraderos-Las Malvas. Lo haremos en otra ocasión.
Vivido: Lunes 21 de Marzo de 10:00 a 11:00 am aprox.
PD: A quienes les interese la isla que quedó sepultada bajo el fuego, lectura obligada: “Lanzarote bajo el Volcán”, José de León Hernández (Librería Lanzarote).
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