Transitar por la masa inmensa de lava volcánica suena a chof-chof. Y el sonido da cosa y vas andando con sumo cuidado, como si un paso demasiado fuerte fuera a despertar a alguien del sueño o, lo que es peor, como si una pisada autoritaria hundiese el suelo y te mandase a saber dónde.
Hay grietas donde florecen los tabobos, las aulagas y una riada de verodes, que los miras y no terminas de creer que puedan crecer en este suelo quebrado por el fuego.