Un hat trick en el suroeste de Lanzarote resulta lo más parecido a que te amartizen en Marte y te inviten a dar un paseo por el Planeta Rojo. El triplete que le sugerimos es un pequeño paseo de cuatro kilómetros a través del litoral quebradizo, volcánico, puntiagudo y salvaje que conecta la hipnótica playa de Montaña Bermeja con el pintoresco pueblo de El Golfo.
Hablamos de una gigantesca bolsa de suelo ganado al mar durante las erupciones de Timanfaya del Siglo XVIII, en las que el avance lento pero inexorable de las coladas de lava incrementaron la superficie de la isla hacia el suroeste explosionando con el mar.
La sinergia, brutal, derivó en un escenario dantesco de malpaíses, playas de jable negro, espumas de mar donde sobrevoló la muerte y hoy gaviotas. Entre estas playas, la de Montaña Bermeja con su laguna verde conforma el punto de inicio del hat trick.
En uno de sus costados, extremo sur para más señas, se identifica una pequeña vereda, estrecha y rocosa, que te adentra en la telaraña volcánica tallada y pulida por la bravura del mar durante estos casi tres siglos.
Átese bien el calzado y hágase camino al andar como cantara Silvio «un ojo en el camino y otro en el porvenir«. Lo decimos por el terreno irregular a atravesar y la tentación de mirar formas y contornos. Mírese, por supuesto, pero con un ojo en el camino que se pisa, no vaya a trompicarse. ¿Caminar, parar, mirar? Sí, y vuelta al proceso: en marcha, stop, contemplación.
Bloques fundidos y pulidos por el mar, crisol de colores, azul marino, turquesa, negrura y rojizo volcánicos, la espuma blanca resultante del embate oceánico…
Subes y bajas. Este ascenso sobre el relieve, justo en el portal de acceso a la playa de Guillermo, permite tomar conciencia de la magnitud del episodio eruptivo. El mar interminable de lavas aprisionan la Montaña del Golfo cuyas aristas lucen todavía más enigmáticas que desde su misma base.
La belleza de las tomas fotográficas pudiera despertar la equivocada idea de que el escenario es quietud absoluta. Pues va a ser que no, que resulta exactamente todo lo contrario: la postal tiene banda sonora, ciertamente estruendosa, del mar, siempre apetitoso, pero también del silbido del viento que merodea y suspende a las gaviotas en el cielo mientras graznan locuelas, quizá exhaustas por tanta preciosidad desparramada ante ellas. Buen momento para un paseo por la orilla de Guillermo…
El festín prosigue como la parranda de los buenos borrachos, sin fin, cuando ya próximos al camino que te lleva al Charco de los Clicos aparecen estos arcos volcánicos y el ir y el venir de las olas. Acomódese unos minutos: embriaga. Evite apostarse en los arcos, el mar es traicionero y no hay razón para encharcar el hat trick.
La vereda, hasta ahora pegadita al mar, pone el rumbo hacia el interior dando con nuestros pies en la Peña del Guincho en el tramo, primero de asfalto, luego de firme volcánico acordonado, que te embarca en el Charco de los Clicos, la playa de El Golfo, donde Almodóvar capturó a aquella pareja fundiéndose en un abrazo que desembocó en «Los Abrazos Rotos«.
Antes de abrazarnos, una panorámica al terreno recorrido, responsable de haber roto en sudor y de haberte generado las ganas de inmersión. Ese será el segundo golazo de este plan perfecto: chapuzón que sabrá a gloria. Todo llega.
Llegas a la orilla de la playa de El Golfo, con su Charco de Los Clicos, siempre impasible y al que sin embargo ni las gaviotas se atreven a merodear. A marea vacía puede atravesarse toda la playa. En su defecto habrá que ascender una pequeña cota que te situará en el mirador de Los Clicos, al que llega en procesión una multitud buscando el elixir de la vida.
Recorra todo el pueblo por su avenida en la que a estas horas lo atraviesa un aroma a fumet que dará vida a paellas, melosos y caldosos con bichos de mar.
Paralelo a su parque infantil, escondido entre peñascos, se encuentra el Caletón de El Golfo, una suerte de piscina natural que se abre ante ti diciéndote: «soy toda tuya». Ojo, hágale caso, y proceda a uno, dos y tres bañazos, siempre y cuando el mar no esté encorajinado para evitar sustos, que no hay necesidad. Y sí, el plan, inmersos en el mar, está en pleno doblete ahora mismo.
El salitre, es automático, como el condicionamiento clásico de Pavlov, despierta la sed y el apetito, exactamente en ese orden, pero tú, astuto, ya te habías adelantado reservando en el Costa Azul de Tato Santana, para dar con tus huesos maltrechos en la primera mesa que mira al mar.
El hat trick es un cabezazo de papas y mojos, un libre directo de lapas y gofio escaldado, una volea de pescado fresco a la espalda, el slalom del barrilete cósmico cuando dejó plantado a tanto inglés con este arrozazo de bogavante. Todo regado de cañas y malvasías volcánicos. Sí, caminaste 4 kilómetros y la conciencia está liberada: como si no hubiera un mañana.
Hat tricks lanzaroteños, tan sencillos de armar como de hacer reales a 15, 20, 30 minutos del punto de inicio en Montaña Bermeja.
La cuadratura del círculo
Es sabido que si al insaciable goleador o la viajera voraz se le presenta la ocasión, por mucho hat trick conseguido, irá a por su cuarta diana sin miramientos. Ésta brota en forma de atardecer galáctico tras la sobremesa cuando retornamos a Bermeja a por el coche.Vuelva al punto de inicio del sendero y remate a puerta vacía…
Herramientas para el desarrollo del hat trick (bonus track incluido):
- Aparcamiento Playa Montaña Bermeja: MAPA.
- Teléfono Restaurante Costa Azul: 928 17 31 99.
- Horario Pleamares y Atardeceres en El Golfo.
LANZAROTE3.COM
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