Playa Quemada es una tierra de contrastes. A primera vista, se presenta como un lugar seco, polvoriento y aparentemente estéril, pero bajo la sombra imponente del Monumento Natural de Los Ajaches, emerge un rincón único donde parece que las reglas habituales no aplican.
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Sus serpenteantes calles asfaltadas están salpicadas de construcciones costeras, impecablemente blancas, con ventanas, puertas y postigos pintados en suaves tonos de verde y azul. Este pequeño pueblo es, sin duda, una inmensa puerta abierta al mar: la vista se pierde en el horizonte infinito del Atlántico, con la Isla de Lobos y las dunas de Corralejo, en *Fuerteventura, apareciendo en la lejanía como un oasis en medio del océano.
🧘 Lo que hace a Playa Quemada aún más especial es su tranquilidad. Su cala de arena negra, la más protegida del viento en toda Lanzarote, invita al descanso y la contemplación. Todo está envuelto en un silencio sepulcral que llega a inquietar, recordando a los pueblos fantasmas del viejo oeste americano. Sin embargo, este silencio es interrumpido, de vez en cuando, por el graznido de las gaviotas y el repiqueteo de las campanas de las cabras que pastan en algún corral distante.
El paseo por Playa Quemada
🥾 Conoce Playa Quemada dejando el coche al norte del pueblo, en las inmediaciones de La Puntilla o Punta de Playa Quemada donde descubrirá un complejo alojativo sin nombre, una suerte de edificación teñida de tonalidades que recuerdan a las paradisiacas islas griegas de Mamma Mia! en la que sólo se echa en falta a Meryl Streep. Camine en dirección sur a través de la primerísima línea de mar en la que tropezará con una manera de vivir diferente, privilegiada y desconectada de todo.
Las casas tienen la aldaba puesta mientras los kayaks en el terregal próximo a las viviendas indican que el vecindario mantiene una conexión permanente con el mar. Llaman la atención las barbacoas, también en el exterior de los hogares, que todavía conservan las cenizas de una reciente parrillada nocturna, con el arrullo de la marea, que se adivina deliciosa.
En este balcón al mar juegan un papel protagonista los restaurantes de arroces y pescadito fresco del día seleccionado con mimo en la lonja de Puerto del Carmen. En breve volveremos a ellos.
El chapuzón en las calas de arena negra
La visita a Playa Quemada tiene el paso obligado por sus playas de arena negra. En la diminuta cala del pueblo o en las espaciosas playas de La Arena o El Pozo. Más que playas son rincones místicos, normalmente solitarios, de poderoso magnetismo por el prodigioso contraste del ocre y rosáceo de las montañas de Los Ajaches y el jable negro. El simple paseo por la orilla y el asalto del Atlántico suponen una experiencia catártica de primer orden.
Con el salitre impregnado al cuerpo, y también con toda probabilidad al alma, volvemos a los restaurantes. Si se decidiese por el almuerzo resultaría pecaminoso asentarse en los salones interiores de estos, teniendo las espléndidas terrazas desde donde admirar la bella postal marina. Acomodado, lo suyo es pedir un malvasía seco bien frío y deleitar el paladar con unas sardinitas, un pulpo a la plancha o unas lapas como aperitivo, y un arroz o pescado de temporada.
Por arte de magia la parsimonia presente en el lugar se apodera del comensal, que en un abrir y cerrar de ojos, de manera inconsciente, sin percatarse del acelerado paso de las manecillas del reloj, se encontrará con el atardecer. Este alegre paso de las horas, esta despreocupación, constituye otra contradicción de Playa Quemada. Pensaba que le llevaría unas horas su descubrimiento, se ha quedado prendado durante toda la jornada y sin haber partido ya tiene magua de repetir.
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